24/2/08

Sam Shepard · Luna Halcón · 1973


Secos, vibrantes, desesperados, los textos de este libro –un patchwork de relatos, poemas, monólogos, fragmentos de prosa experimental- fueron escritos en los años sesenta y publicados por primera vez en 1973.
En aquella época, Sam Shepard era el batería del grupo The Holy Modal Rounders, y dudaba aún entre dedicarse a escribir teatro o intentar convertirse en una estrella del rock; la fascinación por el rock and roll queda aquí de manifiesto tanto por los temas como por el estilo cut, sincopado; pero también aparecen la fascinación por los cowboys, héroes anacrónicos, raídos y violentos, que imitan a los de las películas de Hollywood; o el hechizo que inspiran las interminables cabalgadas a bordo de viejos Dodge destartalados…

“Sus primeros gestos en la escritura muestran la influencia de Kerouac, Ginsberg, Corso y Burroughs. Son textos de urgencia. Aquí, América queda reducida a este enunciado inmoral: sexo, droga y rock’n’roll… La violencia que recorre estos textos es el de una América corroída por el hastío. Las muertes, las violaciones, las peleas –dice Shepard- derivan de ese hastío.

El territorio emocional que da el tono y el fondo a Luna Halcón es el de la desesperación de unos seres a la deriva. Individuos sin norte ni voluntad, cuyos destinos parecen irremediablemente destrozados. Y esta desesperación no es la miseria desplomada ante el televisor, sino un descenso a los abismos del suicidio lento.
Sam Shepard ilustra este derrumbe con una frase ácida de Pete Towshend: “El rock’n’roll es el medium perfecto de la autodestrucción.”
Guy Darol, Magazine Littéraire

Luna Halcón Relatos, poemas y monólogos.
Autor: Sam Shepard, 1973.
Título de la edición original: Hawk Moon New York 1981.
Portada edición española: Julio Vivas. Ilustración: Robert Kopecky
Editorial Anagrama. España 1986.
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Un relato de Luna Halcón de Sam Shepard


Allá por los años setenta

Los muchachos querían que les hiciesen unos billares; peleaban en serio los viernes por la noche en plena carretera, deteniendo el tránsito. Sin navajas, pistolas ni cadenas. Sólo puños. Nadie quería sangre. No eran como las peleas de ciudad. Los bailes de Diligent River siempre atraían grandes gentíos y se libraban tremendas peleas entre pueblos rivales, como en los tiempos del Monte Legion Stadium.
El gran asesino era el aburrimiento. Ni trabajo ni billares, diez chicos para cada chica, y ésta solía, encima, ser fea, mala radio, viejos agonizantes y borrachos, tiendas de parroquia, un baile al mes y ni siquiera Rock and Roll, un juke box que siempre tenía los mismos discos, crudos inviernos nevados y neblinosos veranos.
Lo más emocionante que llegaba a ocurrir era que alguien cazara un alce o un oso, y eso era muy poco frecuente.

Entonces llegaron los de Estados Unidos. Primero un goteo y después todo un río. Evasores del reclutamiento, delincuentes, gente que huía de las ciudades, tipos que se pavoneaban a derecha e izquierda.
Comenzó a circular por los pueblos cierta extraña literatura pornográfica. Grandes páginas a todo color con pollas y chochos y tetas y culos. Las drogas se filtraron por todas partes, colándose con la facilidad del aire salado del mar.
En los bosques, ahogando bajo su estruendo el ruido de las sierras mecánicas, sonaba el Rock and Roll. Tipíis y cúpulas de extrañas formas, colores chillones y dibujos espeluznantes. En los sembrados, para pasmo de los cuervos, ondeaban largas pancartas con cintas colgando.

Motocicletas monstruosas, pintadas de negro, con cromados, se zambullían en el barro de las pistas forestales. Estampidas de motos trucadas y de Harleys rugiendo por las calles de las aldeas de pescadores. Posters de los Rolling Stones pegados en las paredes de pajares e iglesias. Tatuajes que aparecían en los lugares más inimaginables de la piel de las chicas de por allí.

Llamaron a la Montada, pero las cosas ya habían ido demasiado lejos. No había modo de distinguir a los chicos canadienses de los estadounidenses. Todo el mundo andaba jodiendo y mamando y fumando y pinchándose y bailando sin esconderse. Y desde lejos te llegaba el ruido de Estados Unidos, resquebrajándose por la mitad y hundiéndose estrepitosamente en el mar.
Sam Shepard

1 comentario:

emejota dijo...

Me encanta Sam Shepard... he leido este y algun otro como, Crónicas de Motel, que tambien se compone de relatos cortos e historias que iban ocurriendosele, allá donde estuviese...
En fin, que es un libro al que vuelvo de tarde en tarde, a refrescarme las ideas y los ojos...
Y como Shepard... Kerouac o Bukowsky (aunque es otra onda), pero bueno, la literatura estadounidense, sobre todo, la llamada "Generación Perdida"...
Buf... bueno, no te doy más la lata... que me pongo pesao pesao... que no Pessoa...
Saludos y hasta pronto.
Ah... Te enlazo en mi blog, ya que el tuyo me ha parecido super interesante... ok?