18/8/07

Sirius · 1974



Los temas de este álbum fueron grabados en New York el 20 de diciembre de 1966. Estas sesiones de estudio están consideradas como las últimas que realizó Coleman Hawkins. Al poco tiempo enfermó, disminuyeron sus actuaciones y posteriormente falleció en 1969. Fue publicado en 1974 por Pablo Records, sello discográfico del productor Norman Granz. Ingeniero de grabación: Val Valentin. La portada fue diseñada por David Stone Martin. Existen reediciones en vinilo y CD con otras carátulas.


Sirius · Ficha Técnica


Side 1
The Man I Love / G.Gershwin
Don’t Blame Me / D.Fields-J.McHugh
Just A Gigolo / Caesar–Brammer–Casucci
The One I Love (Belongs to Somebody Else) / Jones-Kahn
Time On My Hands / Adamson-Gordon
Side 2
Sweet And Lovely / Arnheim-Tobias-Lemore
Exactly Like You / Fields-McHugh
Street Of Dreams / Lewis-Young
Sugar / Pinkard-Mitchell

Personal:
Coleman Hawkins, tenor sax.
Barry Harris, piano.
Bob Cranshaw, bass.
Eddie Locke, drums.



Sirius · Liner Notes

Comentario escrito por Benny Green (1927-1998), saxofonista y crítico de jazz de The Observer.

Fue durante los años de la guerra cuando conocí a Coleman Hawkins. Yo tenía aproximadamente quince años y comenzaba a conocer las discografías de mis intérpretes favoritos, cuando alguien me dio un disco de Hawk en el que interpretaba Stardust. Yo sólo había tocado el saxo tenor durante unos dieciocho meses y, francamente, todo aquello era demasiado para mí. Recordándolo, supongo que lo que me ocurrió fue como una especie de tempestad en el cerebro.



Puse el disco una y otra vez, sin dejar nunca de sentirme tan profundamente emocionado como enormemente confundido, desde el punto de vista técnico. Por fin, desesperado, llevé el disco a un profesor de música que conocía y él, comprendiendo mi trastorno, me aseguró que llegaría un día en que el hábito y el perfeccionamiento me permitirían contemplar el contenido de aquella grabación con un cerebro claro y un corazón frío. Estaba equivocado. Aquella versión de Stardust, registrada en la primavera de 1935, cuando Hawk devastaba toda Europa como una tempestad, todavía me deja estupefacto y me conduce a la satisfactoria conclusión de que a mis quince años, debía tener buen gusto con relación a los saxofonistas.

Después, durante toda mi vida, Hawkins ha sido para mí una especie de estrella polar musical, como debe haber ocurrido a millares de otros músicos, una fuente infalible de sabiduría armónica y melódica desde la cual brotan, de vez en cuando, expresiones definitivas para el jazz.


En mi primera época como músico profesional, hubo un período en que mi ferviente evangelismo a favor de Lester Young (que entonces era un músico escandalosamente despreciado –recibió exactamente un voto en la encuesta de 1944 de Esquire Critics-), confundía a algunas personas haciéndoles pensar que yo rechazaba a Hawk, lo que resulta una muestra interesante de cuán intransigentes han sido frecuentemente las opiniones sobre el jazz. El gran logro de Lester no fue que superase a Hawk –ningún ser humano podría hacerlo- sino que daba al jazz otra salida, una hazaña que por sí misma ya era un rasgo de genio. Probablemente, Hawk llevó a cabo el acto simbólico de su madurez cuando en 1929 produjo una versión de If I could be with you one hour con los Mound City Blue Blowers y desarraigó final y completamente los últimos vestigios que quedaban de aquella angularidad y fragilidad que marca el saxofón de jazz de los años 20.



A partir de aquel momento, su genio se desencadenó, salpicando toda Europa y produciendo aquellas superlativas grabaciones de 1937 con Django Reinhardt y Benny Carter en París, la milagrosa paráfrasis de Body and Soul (en 1939) y, 6 años después, una versión de It’s the talk of the town, peor acogida que otras de las anteriores sólo porque con el paso de los años, la gente tendía a considerar como natural la compresión intuitiva de la forma en el solo de jazz de Hawk.
Durante los últimos veinticinco años de su vida, Hawk era agasajado y mimado por todas partes donde fuera pero, incluso así, siempre he tenido la sospecha de que a pesar de las adulaciones, las recepciones principescas y los cientos de elogios, sigue siendo un músico incomprendido y subvalorado. No quiere decir esto que todos nosotros tardásemos en reconocer su genio, sino que su amplia obra sigue sin recibir la atención debida, porque nunca ha habido tiempo suficiente para digerirla.





Lo que Hawk podía tocar en cinco minutos, una mente contemplativa puede llegar a necesitar 5 años para llegar hasta sus profundidades y, por mi parte, aunque escuché sus discos por primera vez en París en los años de la guerra, he pronunciado conferencias sobre ellos, (en particular sobre Out of nowhere), he escrito ampliamente acerca de él, he dado charlas radiofónicas y he analizado su obra, escribiendo e incluso aprendiendo a tocar copiándole servilmente, todavía soy incapaz de descubrir los orígenes de esos recursos de inventiva que hacen posible tal ejecución.


Ahora, ustedes advertirán que sobre el tema de Hawkins soy incapaz de escribir nada que ni remotamente se asemeje a una crítica objetiva, lo que no puede sorprender mucho, puesto que en ningún sitio existe un comentario que sea totalmente imparcial. Mi opinión sobre Hawkins está totalmente cimentada por el afecto, el amor, la idolatría, cualquiera que sea la palabra adecuada para definir las emociones mezcladas con alegría, gratitud y temor, con las que recibo su música. Aunque no le conocí en persona hasta sus últimos días, cuando sus patillas eran blancas y venerables, he estado muy cerca de él desde Stardust y, por esa razón, al morir Hawk, un poco de mi dicha fue enterrada con sus huesos.



Sugerir que hay algo en este álbum que pueda compararse con el genio dominante de, digamos, el Crazy rhythm de 1937 o el Wrap your troubles in dreams de 1945, no sólo significaría aumentar las pretensiones de las últimas obras de Hawk, sino también rebajar la moneda de aquella crítica que, con razón, reconoció sus obras de juventud como maestras. Por un lado, Hawk es uno de aquellos músicos de jazz, como Louis Armstrong y Charlie Parker, de los que todas y cada una de sus notas son vitales si queremos formarnos un cuadro completo del hombre. Este es el álbum que ninguno de nosotros ha querido oír nunca, la última piedra de aquella fascinante carretera cuyo comienzo está muy atrás, en aquél lejano día de 1922 en que, como parte de los Jazz Hounds de Mamie Smith, entró por primera vez en un estudio de grabación. ¿Por qué un hombre tiene que seguir probando durante tanto tiempo? Es otro de esos secretos como el que se encierra en los misteriosos contornos de Out of nowhere.




Sólo sé que en esta última versión de Don’t blame me, la belleza grave y contemplativa de los pensamientos iniciales de Hawk recuerda los grandes designios de sus mas grandes años, y que en Sugar no es tan senil como para no poder ajustar aquella vieja secuencia de cuerda con una serie de séptimas descendentes aquí y allá; que en Sweet and lovely hay algunas formas sorprendentemente significativas y se abocetan cuando Hawk llega a la repetición, y que en cuanto a tono, en Just a Gigoló, todavía podemos oír ecos que proceden del pasado de un maestro de la música.

Recuerdo haber pensado, al verle tocar por última vez, y cuando ya estaba a punto de fallecer que, por muy débil que la envoltura fuera, en algún lugar de su interior aún quedaba intacto un corazón de león; una conclusión en la que después de haber escuchado estas últimas grabaciones, me reafirmo. Creo que Coleman Hawkins fue un gran artista y lamento que nunca se convirtiera en inmortal.
Benny Green

No hay comentarios: