30/12/07

Julio Cortázar · El perseguidor · 1959


La obra del escritor argentino Julio Cortázar, que llegó a su plenitud en la década de los cincuenta, significó un profundo impulso renovador para la literatura latinoamericana. Rechazando las formas tradicionales de la novela, buscó el autor, a través de nuevas fórmulas, reflejar en ella la fragmentación e incoherencia de la vida contemporánea.
Tanto sus obras de mayor aliento -especialmente Rayuela- como sus relatos cortos han ejercido en escritores posteriores una profunda influencia.
En El perseguidor, Johnny Carter, el saxofonista drogadicto y bohemio, logra encontrar en su genio musical el sentido último de la existencia.


Publicado originalmente en 1959 dentro del volúmen Las armas secretas, este relato de Cortázar ha sido reeditado en numerosas ocasiones.
En 1984, el Festival Internacional de Jazz de Palma de Mallorca, entre las actividades relacionadas con dicho evento, realizó una edición especial de El perseguidor traducida al catalán por primera vez.


En el reproductor de videos de este blog, puede escucharse un fragmento de este cuento, leído por el propio Julio Cortázar. También un video con parte de una entrevista realizada en los años setenta al escritor en un programa de TVE.

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Cortázar y el jazz

... Cortázar trasladaba su origen barrial, su asimilación europea, su cultura formal de clase media, y su mundo alternativo entre París y Plaza Once a lo largo de sus cuentos y novelas, mientras husmeaba en el mundo del jazz.
En sus obras, Cortázar desordenaba el arte en favor de la vida, al cuestionar el lenguaje establecido.

Precisamente, en Rayuela -uno de los modelos de revolución de las palabras, de rebelión verbal heredada de la experiencia surrealista anterior a los años 60- muestra Cortázar sus afinidades con la música afronorteamericana, mezcladas de remembranzas autobiográficas.

Su amor por el jazz, por su capacidad proteica, se hace evidente en cuentos, artículos y páginas recordables de La vuelta al día en ochenta mundos. Y sobre todo en El perseguidor, como veremos.
Cortázar, según contó su hermana, tocaba el clarinete. Y desde muy niño había practicado en el piano. "Los negros de allá, de Norte América, le gustaban. Los tangos, esas cosas nuestras, no." Al final, la nostalgia de Buenos Aires, en Europa, lo volvió al tango.

Por un lado habían estado la mamá y la tía de la infancia, que tocaban a cuatro manos en el piano Blüthner. Por otro, esa casa (la de él) "que había visto nacer el disco", donde él y otros fanáticos transitaban por las notas de Armstrong, que alternaban con sopranos, tenores y barítonos italianos, y ese nefasto Minué de Paderewsky, que era la música clásica en muchos hogares de clase media.


Su curiosidad por la música lo había topado, de joven, con "su primer amor", Claudia Muzzio, desde que su abuela lo llevó al Colón a la ópera Norma. Muchos, incluso, recordarán esa famosa foto de Cortázar tocando la trompeta, y aquella confesión: "Sí, en verdad toco la trompeta, pero sólo como desahogo. Soy pésimo".

Pero el Cortázar músico, quizás el más minucioso -el jazzman-, está plasmado en
El perseguidor, que es como una pequeña Rayuela, por las similitudes de sus personajes Johnny y Oliveira. El perseguidor, dedicado In memoriam de Ch.P. (Charlie Parker), retrata a un Johnny Carter (donde se reúnen nombre y apellido de dos saxos memorables: Johnny Hodges y Benny Carter), que hereda aficiones de Parker: alcohol, drogas, escándalos, amoríos... Johnny es un músico arbitrario y genial, que descoloca con gestos y desplantes de intuitivo a Bruno (es decir, Cortázar), un crítico racional que está escribiendo un libro sobre Johnny.


"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de morder y mascar", piensa Bruno, quien, entre el perfil humano y el jazz, descubre que "uno es una pobre porquería al lado de un tipo como Johnny Carter". Bruno, que ha escrito un libro que es -lo reconoce Johnny- "como lo que toca Satchmo, tan limpio, tan puro".

Fragmentos de un artículo sobre Julio Cortázar, firmado por René Vargas Vera.
Publicado en Diario La Nación. Buenos Aires, 1999.

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Acerca de Julio Cortázar

Escribió Andrés Amorós:
"Como cuentista, pocos escritores universales poseen la brillantez de Cortázar, sus recursos técnicos, su dominio de las perspectivas narrativas, el estilo incisivo, la perfecta construcción... Pertenecen los cuentos de Cortázar al género que, para entendernos, podemos llamar fantástico o maravilloso. Son, antes de nada, juegos de ingenio, prodigiosas arquitecturas mentales, viajes de la imaginación. Pero, a la vez, lo maravilloso aparece instalado dentro de la realidad cotidiana más habitual, forzando al lector a un continuo y no tranquilizador trasbordo de lo usual a lo insólito... Dentro de eso, las cualidades más características de Cortázar son la inteligencia, la brillantez expresiva, el sentido del humor y el rigor estructural..."

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Borges y Cortázar

En la colección Biblioteca personal de Jorge Luis Borges, publicado en España en 1986 por Orbis, se incluía el volumen Cuentos de Julio Cortázar. En el prólogo, Borges contaba...

"Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde Casa Tomada con dos ilustraciones a lápiz de Nora Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.
El tema de aquel cuento es la ocupación gradual de una casa por una invisible presencia. En ulteriores piezas Julio Cortázar lo retomaría de un modo más indirecto y por ende más eficaz.



Cuando Dante Gabriel Rossetti leyó la novela Cumbres Borrascosas le escribió a un amigo: «La acción transcurre en el infierno, pero los lugares, no sé por qué, tienen nombres ingleses.» Algo análogo pasa con la obra de Cortázar. Los personajes de la fábula son deliberadamente triviales. Los rige una rutina de casuales amores y de casuales discordias. Se mueven entre cosas triviales: marcas de cigarrillo, vidrieras, mostradores, whisky, farmacias, aeropuertos y andenes. Se resignan a los periódicos y a la radio. La topografía corresponde a Buenos Aires o a París y podemos creer al principio que se trata de meras crónicas. Poco a poco sentimos que no es así. Muy sutilmente el narrador nos ha atraído a su terrible mundo, en que la dicha es imposible. Es un mundo poroso, en el que se entretejen los seres; la conciencia de un hombre puede entrar en la de un animal o la de un animal en un hombre. También se juega con la materia de la que estamos hechos, el tiempo. En algunos relatos fluyen y se confunden dos series temporales.

El estilo no parece cuidado, pero cada palabra ha sido elegida. Nadie puede contar el argumento de un texto de Cortázar; cada texto consta de determinadas palabras en un determinado orden. Si tratamos de resumirlo verificamos que algo precioso se ha perdido."

Jorge Luis Borges

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Cuento

Continuidad de los parques · Julio Cortázar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles.

Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte.

Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.

Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

Julio Cortázar


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Cortázar sobre sí mismo

"... Se afirma que el deseo más ardiente de un fantasma es recobrar por lo menos un asomo de corporeidad, algo tangible que lo devuelva por un momento a su vida de carne y hueso. Para lograr un poco de tangibilidad ante ustedes, voy a decir en pocas palabras cuál es la dirección y el sentido de mis cuentos... Casi todos los que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por falta de mejor nombre y se oponen a este falso realismo que consiste en creer que todas las cosas pueden describirse-y explicarse como lo daba por sentado el optimismo filosófico y científico del siglo XVIII...

En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que un médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena...

Un cuento, en última instancia, se mueve en ese plano del hombre donde la vida y la expresión escrita de esa vida logran una batalla fraternal, si se me permite el término; y el resultado de esa batalla es el cuento mismo, una síntesis viviente a la vez que una vida sintetizada, algo así como un temblor de agua dentro de un cristal, una fugacidad en una permanencia..."

De Algunos aspectos del cuento, incluído en el libro La casilla de los Morelli.


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Algunos datos biográficos

En su ensayo biográfico sobre Julio Cortázar, escribía Alberto Cousté: "El domingo 12 de febrero de 1984, a la una y cuarto del mediodía, un infarto culminó dramáticamente el proceso leucémico que Julio Cortázar padecía desde tres años antes, y que se había agravado notoriamente en las últimas semanas.
La muerte se produjo en una habitación del hospital Saint-Lazare, cerca de su casa de la rue Martel, en el distrito diez de París, ciudad en la que el escritor habitaba desde 1951.

Había nacido, el 26 de agosto de 1914, en Bruselas, residencia provisional de la familia mientras el padre cumplía cierta misión diplomática. Luego, en 1919, los Cortázar volvieron a Argentina, donde Julio estudió, eligió, en principio, la carrera de la docencia y empezó a publicar sus escritos.

Una veintena de libros, publicados en algo más de treinta años, son la estela visible y perdurable del paso de Cortázar por la literatura... Cortázar, como ningún otro escritor contemporáneo, hizo de nuestra lengua un medio de transporte; una bicicleta para explorar el pensamiento sin contaminar el paisaje; un vehículo libre y orondo que puede llegar a cualquier parte —incluido el vértigo—si su conductor entiende que la única regla del juego es que no hay regla para que siga habiendo juego, que está prohibido prohibir, que la enemiga insistente de la literatura y de la vida es la solemnidad..."

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